Relato: "En sueños"


Nota:
este relato participó en el concurso #VeranoDeRelatos en Twitter (podéis encontrar el relato original por tuits aquí), cuyas instrucciones eran escribir una historia con entre veinte y treinta tuits basándose en imágenes de las que se muestran aquí abajo.


En mi caso, yo elegí las imágenes 2, 7 y 9. Además, me inspiré también en la parábola del sueño de la mariposa, de Chuang-tzu.
Os dejo el relato completo, aunque os animo también a que os paséis por Twitter para ver el resto de participaciones. ¡Salieron historias verdaderamente interesantes!
No tengáis reparo en dejarme vuestra opinión en los comentarios. ¡Me encantaría saber qué os parece!



* * * *

En sueños

Había sido, en un comienzo, una vía de tren. Abandonada, silenciosa, cubierta de hojarasca. Nada hacia delante, nada hacia atrás. Los raíles se habían oxidado, la maleza había cubierto los senderos más cercanos. El olvido había devorado sin tregua ese rincón del mundo. 

El olor a tierra húmeda aletargaba sus sentidos. Los horizontes se desdibujaban en la lontananza.

En el mudo transcurrir de las horas, bajo un cielo seco y sobre el metal caliente, había arrancado su vago caminar.


Foto de Pixabay

Las nubes en lo alto eran densas y húmedas, oscuras, pesadas. Su amenazador abrazo en torno a las montañas verdes hacia las que avanzaba no logró amilanarlo, pero le resultaba imposible no dirigir constantes miradas de desconfianza hacia su masa violácea.

Al atravesar el puente, el murmullo de un río llamó su atención. Se detuvo junto a la barandilla de madera y, cuando se asomó y descubrió la brutal caída que lo separaba de las rocas y el agua, un impulso inconsciente y suicida lo recorrió de arriba abajo. 

Ese pensamiento retorcido trepó al interior de su cráneo y entretejió ahí susurros maliciosos, empujándolo a saltar, a experimentar la posesiva sacudida de la gravedad, a precipitarse, a entregarse al aire, a caer.

Cerró los ojos, tragó saliva y se limitó a disfrutar del viento en su pelo. Al abrirlos de nuevo, alzó una mano como para tocar el vacío, y la visión de sus propios dedos lo dejó perplejo. Los flexionó y estiró un par de veces, atónito, y su propia confusión lo asombró aún más.

¿Qué habrían de tener de insólito los dedos de su mano? Nada, por supuesto. Y, sin embargo, no lograba deshacerse de la sensación de que había algo mágico y sorprendente en el perfil de su pulgar, en la silueta regular de sus uñas limpias.

Perturbado, sacudió la cabeza y hundió la mano en el bolsillo de su cazadora, separándose de la barandilla y echando a andar otra vez, pero apenas había avanzado un par de pasos cuando volvió a detenerse.

Porque lo que había sido una vía de tren era ahora una sinuosa carretera.

Arriba, muy arriba, sobre su cabeza descubierta, el azul y el gris se habían agrietado para dar paso a un negro despierto y vivo, con el cielo nocturno curvándose hasta rodearlo por completo. Y, en mitad de la oscuridad opaca, estallaba el color.


Foto de Ryan Hutton

En nebulosas expansivas y caprichosas, los azules y los rosas se mezclaban y retorcían, mutando a amarillos iridiscentes y explotando en erupciones purpúreas. Las tonalidades más brillantes ofuscaban a las menos efervescentes, girando y girando en perpetuo cambio.

Una suerte de luceros pequeños y temblorosos titilaban en el corazón de esa detonación cromática, como un ramillete de frágiles flores blancas abriéndose camino en mitad de una primavera incendiaria y apasionada que brotaba del centro mismo del firmamento.

Bajo sus zapatos, el asfalto seguía húmedo de una tormenta pasada. Lo sentía en el aire y también en su rostro desnudo. Más allá de la carretera, un barranco lo separaba del mar, gélido e inmenso, pacífico y terrible, letal como un monstruo dormido.

No había silencio en este paisaje sin mácula: al cantar hiperactivo de los grillos y el murmullo somnoliento del océano se le unía el llanto trémulo de la noche. Era como si todo, la tierra y el agua, el cielo y el aire y su propia piel, gritaran en idiomas desconocidos para él.

Fascinado por el mágico despertar de la oscuridad en torno a él, echó de nuevo a caminar, escuchando el callado y rítmico resonar de sus pisadas. Buscaba de forma inconsciente una luna que no llegaba, y algo en su garganta le arañaba por dentro intentando salir.

Pero una vez más su difuso vagabundeo noctámbulo se vio interrumpido por una imagen espectacular: frente a él, semienterrados por la bruma salada y pegajosa que ascendía del mar, un gigantesco lobo y una niña desprotegida vigilaban su caminar.

Foto de Michael Mazzone

Se detuvo de golpe, entre aterrado y maravillado. El pelaje argentado del desproporcionado animal relucía suavemente, igual que lo hacían sus pequeños y oscuros ojos. Junto a él, la niña, en un vestido rojo que se perdía entre la bruma, le devolvía una mirada confusa. Al lado de la inmensa criatura, la chiquilla parecía poco más que un juguete desvalido. Sus rasgos eran finos y delicados, y sus mejillas sonrosadas agudizaban su aspecto melancólico y perdido. Parecía que acabase de despertar de una pesadilla extraña y borrosa.

Sin perder de vista al monstruoso lobo, dio un par de pasos más hacia ellos con cautela y le tendió una mano a la pobre niña.

—Ven —susurró, y su propia voz le sonó distorsionada y extranjera, como si nunca antes la hubiera escuchado—. Ven conmigo, acércate.

Pero la niña sacudió la cabeza, apretando los labios y rechazando la mano que le ofrecía. Solo entonces, apreciando su gesto desconfiado, se paró a preguntarse cómo podía estar viendo con tanta claridad los rasgos del rostro infantil de la pequeña.

Al alzar la cabeza lo entendió.

Una luna lisa y perfecta, como un disco de plata suspendido en el vacío, iluminaba la rocambolesca escena que se sucedía ante él.

Foto de Aron Visuals

—Estaba soñando —dijo entonces la niña, sobresaltándolo. Su voz sonaba tensa, pero no asustada.

Junto a ella, el lobo inclinó ligeramente la cabeza.

—Estaba soñando —repitió la pequeña—, y en mis sueños yo era un lobo. Y ahora, ahora ya no sé qué soy.
Y con esto, la escena se disolvió como acuarelas en el agua. El mar y la carretera, la bruma y la luna, los colores, la niña y su vestido… El mundo entero se convirtió en humo.

Pasaron por sus ojos paisajes fugaces. Playas lejanas que nunca había pisado, imponentes montañas de laderas escarpadas, praderas verdes cuajadas con flores, vías de tren abandonadas bajo cielos nublados, largas y sinuosas carreteras sumidas en la oscuridad.

Y, cuando el universo dejó de girar, todo cuanto quedó fue el lobo, enorme e irreal, fijando en él una mirada asustada. El silencio trepó en torno a ellos, dejándolos solos y aislados hasta que el humo remitió, despejando el bosque a su alrededor. 

Cuando dio un paso hacia la criatura, esta le imitó con una sincronización perfecta. Sus alientos se entremezclaron, y al asomarse a las pupilas del gran animal se vio a sí mismo reflejado a la perfección: los pequeños y oscuros ojos, el largo pelaje argentado. 

Se apartó de golpe, pero no había ya lobo alguno. Nunca había habido un lobo. Había habido un lobo desde el principio. El lobo siempre había sido él.

Al bajar la cabeza, sus patas fuertes y cubiertas de barro fueron cuanto encontró sosteniéndolo. 

Las palabras de la niña se repitieron de nuevo en su interior. «En mis sueños yo era un lobo. Y ahora, ahora ya no sé lo que soy.»

Levantó de nuevo la cabeza, buscando entre las ramas de los árboles el singular brillo de la luna llena.

En sus sueños, él era un hombre.

Y ahora, ¿qué era entonces?

Comentarios

  1. Muy bonito relato. Me gustan mucho las descripciones y lo colorido de las descripciones, logran transmitirte la situación que representas sin esfuerzo y te sumergen en el relato. Por no hablar del final que le hace a uno pensar.
    Muy bueno.

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