Tiempos verbales (y cómo afectan a la narración)




Has tenido una idea. Una idea impresionante, brutal, original a más no poder. Te sientas frente al ordenador, o el papel, o lo que quiera que sea que usas para escribir... y te asalta una duda: ¿en qué tiempo deberías contarla?

Es posible que nunca te hayas hecho esta pregunta y que la elección te resulte tan natural que tu subconsciente toma esa decisión sin que te pares siquiera a procesarlo. O quizá ni siquiera sepas de qué estoy hablando.


¿A qué me refiero con el tiempo de la narración?


Pues, evidentemente, a eso que aprendimos al dar los verbos en el cole: pasado, presente y futuro.






¿Qué opciones tienes como escritor? ¿Puedes usar cualquiera de esos tres tiempos? ¿Cuáles son las ventajas e inconvenientes de cada uno? ¿Afecta eso a la narración? ¿Deberías dejar de comerte la cabeza con tanta preguntita y empezar a escribir de una vez?

Veamos cómo trabajar con los tiempos verbales y cuáles son sus respectivos efectos en tus textos:


Pasado


Es, con diferencia, el tiempo más extendido y sencillo. El narrador, sea del tipo que sea (y algún día nos pararemos a hablar de esos tipos de narradores), relata unos acontecimientos que ya han sucedido.

Lo más interesante que debe destacarse de este tiempo verbal es que presenta una dificultad en la que mucha gente cae sin darse cuenta: algunos pasados son más del pasado que otros pasados.

No te preocupes, me he percatado de lo fatal que ha sonado eso y voy a arreglarlo.

Me refiero a que, cuando contamos acciones de un momento del pasado (por ejemplo, ayer), es fácil que necesitemos hacer referencia a un acontecimiento anterior (por ejemplo, la semana pasada). El tiempo verbal que se usa en ambos casos es distinto.

Vamos a verlo con un ejemplo:

Entró en el coche y cerró los dedos sobre el volante, apretando con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Inclinó la cabeza y luchó por contener las lágrimas, pero fue en vano.

La vio. Después de años sin siquiera hablar con su hermana, la vio. Todavía recordaba la sonrisa con la que ella se despidió, las últimas palabras que le dedicó, la disculpa tímida que nunca se dignó a pronunciar antes de desaparecer.

Y ahora, tras todo ese tiempo, volvía a su vida sin aviso ni anestesia previa.

Sé lo que estás pensando: ese texto es confuso de narices. ¿Cuándo vio nuestro personaje a su hermana? ¿Mientras lloraba, desde dentro del coche? Eso parece indicar el principio del segundo párrafo. Pero eso no tiene sentido: ¿no está el pobre chico sufriendo precisamente por haberla visto? Entonces, la vio antes de subirse al coche... ¿no? ¿Y esa despedida de la que habla? ¿Fue antes o después?

No te preocupes, es normal que no entiendas nada. El texto que acabas de leer está mal escrito, precisamente porque comete el error del que acabo de hablarte. Échale un vistazo a esta otra versión, con dicho error ya subsanado:

Entró en el coche y cerró los dedos sobre el volante, apretando con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Inclinó la cabeza y luchó por contener las lágrimas, pero fue en vano.

La había visto. Después de años sin siquiera hablar con su hermana, la había visto. Todavía recordaba la sonrisa con la que ella se había despedido, las últimas palabras que le había dedicado, la disculpa tímida que nunca se había dignado a pronunciar antes de desaparecer.

Y ahora, tras todo ese tiempo, había vuelto a su vida sin aviso ni anestesia previa.

Mejor, ¿no? Ese es el tremendo efecto que tiene elegir el tiempo verbal adecuado. Por supuesto, no es un problema al que nos enfrentemos únicamente cuando escribimos en pasado, pero sí que es donde resulta más habitual tropezar con esa piedra.






Aclarado esto, ¿qué ventajas supone trabajar en pasado? 

Principalmente, hablamos de comodidad. El tiempo pasado es común, es habitual. Lo usamos montones de veces en nuestro día a día cuando contamos anécdotas a amigos y familiares, lo escuchamos en las noticias del telediario y la radio, lo encontramos en la mayoría de los libros... Hablamos de una zona de confort que permite trabajar muy bien y sin demasiados comederos de cabeza.

¿Cuál es entonces el problema? Pues que, además de que es fácil meter la pata como hemos visto antes, está también el detalle de que no nos la estamos jugando nada. Esto, claro, no es un problema en absoluto, ¿pero y si quisiésemos poner las cosas interesantes? ¿Cómo podemos aumentar el atractivo de ese tiempo pasado?

En esta muy recomendable entrada, Diana P. Morales menciona lo que ella llama "tiempo narrativo pasado consciente", es decir, cuando en un relato en pasado el narrador conoce el presente (que, evidentemente, es el futuro para los personajes de la historia) y deja caer pistas sobre lo que va a suceder de vez en cuando. Vamos, lo que los ingleses llaman foreshadowing.

Si tenemos cuidado de no abusar demasiado de este recurso (saber todo lo que va a ocurrir puede quitarle gracia y restarle intriga a la lectura), es una técnica interesante que le da un nuevo giro a nuestra historia. Imitando a Diana P. Morales, os pongo como ejemplo el inicio de "Crónica de una muerte anunciada", de Gabriel García Márquez, porque lo considero tremendamente ilustrativo:

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.

Nada más que decir, señoría.




Presente


Entramos ya en arenas movedizas. ¿Cómo va esto de escribir en presente? ¿El narrador cuenta las cosas en el momento exacto en el que están ocurriendo? Pues sí. Esto es exactamente lo que sucede. Y he de confesar que a mí es un recurso que me fascina.





Escribir en presente puede conllevar alguna que otra dificultad. Para empezar, yo destacaría el recelo que muchos autores y lectores sienten hacia esta técnica. Además, hay algo en el tiempo presente que hace que los textos sean más cansados, por lo que las descripciones o las escenas largas pueden volverse verdaderamente tediosas.

Por otra parte, sin embargo, me gusta lo intensa que puede ser una narración en presente: el lector no se enfrenta a una aventura lejana de la que se siente a salvo. La acción no está ya acabada y olvidada: está aquí, delante de ti, ante tus ojos. No hay tiempo de pensarse las cosas: el presente es ahora, y la historia te arrastra al ritmo del tiempo real quieras o no.

Joyce Carry lo explica perfectamente (y con una redacción preciosa, si aceptas opiniones personales) en el prólogo de "Míster Johnson", que puedes leer en esta entrada de Sinjania.

¿Dónde podemos encontrar narraciones en tiempo presente hoy en día? Pues mismamente en la famosa saga "Los Juegos del Hambre", de Suzanne Collins. Os dejo el principio del primer capítulo para que veas el efecto que produce:


Cuando me despierto, el otro lado de la cama está frío. Estiro los dedos buscando el calor de Prim, pero no encuentro más que la basta funda de lona del colchón. Seguro que ha tenido pesadillas y se ha metido en la cama de nuestra madre; claro que sí, porque es el día de la cosecha. Me apoyo en un codo y me levanto un poco; en el dormitorio entra algo de luz, así que puedo verlas. Mi hermana pequeña, Prim, acurrucada a su lado, protegida por el cuerpo de mi madre, las dos con las mejillas pegadas. Mi madre parece más joven cuando duerme; agotada, aunque no tan machacada. La cara de Prim es tan fresca como una gota de agua, tan encantadora como la prímula que le da nombre. Mi madre también fue muy guapa hace tiempo, o eso me han dicho.


¿Futuro...?




Sí, esta opción también existe, pero es infinitamente menos conocida y usada que la del tiempo presente, ya no digamos el pasado. Y no es de extrañar: escribir en futuro es retorcido, cansado y tremendamente limitado.

¿Por qué íbamos entonces a hacer algo así? Bueno, experimentar nunca está de más, ¿no?

Aquí tenéis un ejemplo de para qué podría servir:

Mañana, cuando te despiertes, descubrirás que todo ha sido en vano. ¿La muerte de tus hijos? No habrá servido para nada. ¿La traición a tus ideales? No te habrá llevado a ninguna parte. Abrirás los ojos y te encontrarás con un mundo idéntico al que deseabas dejar atrás, cuajado de destrucción y miedo, de sangre, de despotismo. Te sentirás impotente, destrozado. Querrás morir. Lo desearás con toda tu alma.

No podrás pensar en nada más mientras miras al vacío, preguntándote si deberías saltar.

Y lo harás. Saltarás.

Y lo último en lo que pensarás será en mí.

Hum. ¿Quién ha dejado abierta la puerta del drama?

¡Y hasta aquí la entrada de hoy! Por supuesto, no quiero irme sin recordar que mezclar tiempos verbales para hacer combinaciones de sus ventajas y explotar todos esos efectos que pueden producir en la narración es también una opción, y yo te invito a que experimentes cuanto puedas hasta descubrir con qué funcionas mejor. Y cuando encuentres el tiempo con el que más a gusto estás, ¡abandónalo! ¡Hay que salir de tu zona de confort, hombre!

Mientras tanto, cuéntame: ¿cuál es tu tiempo verbal favorito a la hora de escribir o leer y por qué?

¡Nos vemos la semana que viene!


Comentarios

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